Fotografía tomada de Google.com |
Treinta años que política y electoralmente se traducen en diez trienios y
cinco sexenios. Es decir, es la cantidad de ocasiones que he escuchado a veces con
atención, otras con entusiasmo y muchas más con suspicacia a n cantidad de candidatos de uno y de
otro partido político expresar sus mejores –supongo- palabras, conceptos y
deseos por un Caborca próspero, por una perla del desierto que vuelva a
brillar, por un municipio que brinde desarrollo a todos… la lista de frases
risueñas es interminable. Frases que han hecho eco en calles y avenidas, voces
que se vuelven susurros, lágrimas, desencanto, éxodo.
Diez trienios, diez planes de desarrollo, treinta presupuestos municipales,
más de 150 concejales entre presidentes, síndicos y regidores sin contar al
personal de confianza que sumaría una cantidad mayor y aún no encontramos
respuesta a la interrogante ¿Hacia donde va Caborca? O siendo pesimista, ¿Lleva
Caborca un rumbo? Me atrevo a afirmar que si preguntamos a un transeúnte sobre
lo anterior, difícilmente tendría una respuesta. Entonces algo no va bien desde hace mucho tiempo sobre todo porque tampoco
los ciudadanos hemos exigido contestaciones a las autoridades. A ninguna.
Es verdad que hay y habemos voces en distintos medios de comunicación y
redes sociales que invitamos a la reflexión activa ciudadana pero escasamente
existe eco. A veces preferimos la falsa comodidad de no hacer nada. Y es que el
problema parte del modelo de democracia que tenemos en México. Una democracia
representativa que de entrada nos corrompe a todos ya que el simple hecho de
votar y obtener un candidato la mayoría requerida, le da carta abierta a una
representación casi ilimitada en tanto que a los ciudadanos nos sumerge de
nueva cuenta en el letargo post-electoral para asumir una conducta donde la
participación se traduce en reclamar al gobierno tal o cual cosa, en
reprocharle su falta de transparencia y de buen ejercicio de sus actividades
públicas. O gritar voz en cuello sentirnos engañados y defraudados para
rematar con la amenaza (¿?) de no volver a votar nunca más. El ciclo se repite
una y otra vez.
Cual película vemos pasar un trienio tras otro y, hasta antes de las redes
sociales, la cosa era leer columnas de opinión o acudir a las charlas de café
para enterarnos del quehacer público. Ahora la película corre frente a nuestros
propios ojos y casi al instante de que suceden las cosas. Fotografías alegres
de alegres áreas de comunicación social que muestran la “intensa” actividad de
las autoridades y si es sábado o domingo, sagrados días de descanso para
algunos, ni que decir. El desgarre de vestiduras es completo. Funcionarios que trabajan por nosotros sacrificando sus
fines de semana. Viajes interminables, discursos que suenan a pasado, palabras
que caen como piedras en un pozo. Solo algunas veces se siente la fresca brisa
de un mejor espacio para vivir. Acaso sea lo que nos brinda esperanza.
Y así transcurre uno y otro trienio. Los rostros cambian, las palabras no. Cambian
las formas, pero el fondo sigue siendo el mismo. Aparecen nuevos redentores
pero no se vislumbran líderes auténticos. Surgen grandes proyectos, terminan
uno o dos acaso. Cada administración queriendo dejar su sello, nosotros los
ciudadanos cada vez más perdiendo identidad.
Una ciudad o un municipio que esté sujeto a los vaivenes de proyectos
trienales está condenado a nunca progresar, a irse borrando del colectivo hasta
convertirse en un pueblo errático, disfuncional, insano, carente de espíritu. Y
así vemos a los hijos y los hijos de los hijos partir hacia otras tierras,
otros caminos y otros horizontes promisorios porque aquí tenemos poco que
ofrecerles. Se requiere sí, formar y documentar una visión a veinte o treinta
años en el cual se cuelguen los planes de desarrollo de cada administración de
tal forma que el rumbo no esté sujeto a las veleidades de lo político, sino a
lo que como sociedad hayamos definido.
Si bien son las autoridades las que en primera instancia tienen la
obligación de llevar por las mejores vías de desarrollo al municipio, lo cierto es que se requiere transitar a una democracia que no solo sea
representativa, sino además participativa, es decir, que se defina legalmente
la participación ciudadana efectiva y real, cuyas opiniones vinculen a las
autoridades, que les sea exigido a éstas el cumplimiento de las opiniones
ciudadanas organizadas a través de comités, juntas vecinales, asociaciones
civiles, organizaciones no gubernamentales, por mencionar algunas. Ya basta de consejos consultivos que no
sirven para nada porque no pasan de ser meros entes de opinión que en nada obliga
a la autoridad. Y todavía se atreven a
etiquetar esto como participación ciudadana.
A estas fechas se avizoran rostros y se escuchan voces que van encaminadas a “auto-descubrirse”
como excelentes políticos dotados de mil virtudes, de inconmesurable
experiencia, de risa franca y abierta, de una popularidad que arrasa y rebasa
las expectativas que a los ciudadanos nos habrán de imponer como propias. Al menos así se conciben ellos mismos. Es la danza de los pre-pre candidatos, de los
que se sienten con derecho a cuenta de no se qué.
En algún momento social y político esta inercia que nos está desdibujando
como colectivo habrá de romperse. Al
igual que la inmensa mayoría, yo también quiero decirle al mundo que Caborca es otro nivel.
Pero me queda claro que debemos primero asumir nuestra responsabilidad
individual ciudadana de participar con conciencia, con actitud auténtica de
construir incluso en las diferencias, el Caborca que urge y que ya no espera.
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